El Museo Diocesano de Barbastro-Monzón expone en su primera planta, en el espacio dedicado a la Iglesia rural medieval en el Alto Aragóna, un magnífico conjunto de lipsanotecas, cuya contemplación nos traslada al momento en que se consagraron muchas de las iglesias de las que proceden las piezas expuestas en esta colección.
La palabra lipsanoteca procede del griego, y está compuesta por el participio “leipsianon” (depositado) y el nombre “teca” (caja).
Son pequeñas cajas de madera, toscamente talladas y cerradas con una tapa. No se decoraban puesto que su función no era la de ser exhibidas, sino que eran depositadas bajo la piedra de altar de la iglesia o ara.
En su interior contenían reliquias de santos mártires, recordando los sepulcros de las catacumbas romanas que habían servido e altar en los primeros siglos del cristianismo. Los mártires actuaban como puente de unión entre el Cielo y la Tierra, entre la vida y la muerte, puesto que el mártir es el símbolo del paso de la muerte a la vida eterna. De ese modo, el altar cristiano además de mesa santa, se convierte en sepulcro glorioso de los mártires.
A veces las reliquias se envolvían en finas sedas musulmanas, como atestigua el pequeño fragmento procedente de Aradanué, o el Tiraz hallado en la iglesia de Colls.
Casi todas las lipsanotecas tienen forma cuadrangular y son de madera. Es excepcional la talla en forma de pera de la lipsanoteca hallada en Bibiles, decorada con una estrella de cinco puntas.

En la lipsanoteca, junto a las reliquias, se depositaba el acta que daba fe de la solemne consagración del templo. Las actas se encuentran en unas bandejas bajo la vitrina, y pueden extraerse tirando suavemente hacia nosotros. El acta contenía datos básicos como la dedicación del templo, la fecha en que tuvo lugar y las más altas dignidades, tanto religiosas como civiles que asistieron al acto, al que concurría gran cantidad de fieles.

Estas actas de consagración redactadas en los albores del siglo XI y milagrosamente conservadas hasta hoy, dan testimonio del progresivo e inexorable avance del reino de Aragón, que con cada batalla ganada a los musulmanes, aumentaba en confianza y poder.
En cada territorio reconquistado se afianzaba un nuevo orden social político y religioso y las nuevas estructuras de poder cobraban forma en las nuevas iglesias que como un manto blanco iban cubriendo la faz del Alto Aragón.