El pasado día 20 de enero celebramos la festividad de San Sebastián, por lo que dedicamos este post a las imágenes que puedes contemplar en el Museo.
SAN SEBASTIÁN, DE SOLDADO A MÁRTIR
San Sebastián nació en las Galias, en Narbona y creció en Milán. Fue Tribuno de la Primera Cohorte de la guardia pretoriana, en la que era respetado por todos y apreciado por el Emperador Diocleciano, quien desconocía su condición de cristiano.
Denunciado porque exhortó a sus amigos Marcos y Marcelino a permanecer firmes en su fe, por orden de Diocleciano fue atado a un poste en el centro del Campo de Marte, y sirvió de diana viva a los arqueros que lo asaetearon.
Pero tras la tortura no había muerto; la viuda Irene, que se acercó a él para darle sepultura, advirtió que aún respiraba, vendó sus heridas y le salvó la vida.
Tras su curación se presentó ante Diocleciano para reprocharle su crueldad con los cristianos. Entonces fue flagelado, se le dio muerte a palos en el Circo y su cadáver fue arrojado a la cloaca Máxima.
Poco después, el santo se apareció a santa Lucila mientras dormía: le reveló el lugar en donde hallaría sus restos y le pidió que le diera sepultura en las catacumbas.
ABOGADO CONTRA LA PESTE
Las flechas, que habían sido el instrumento del suplicio, se convirtieron en su atributo y le valieron el patronazgo de numerosas corporaciones: arqueros y ballesteros; tapiceros, por la similitud de las flechas con las gruesas agujas de tapicería; y vendedores de hierro, porque las puntas de flecha eran de hierro.
Pero su inmensa popularidad deriva, esencialmente, del poder antipestoso que se le atribuía, en una época en que las epidemias diezmaban Europa.

Para muchos, la peste era igual que una lluvia de flechas que un dios irritado lanzaba contra los hombres como castigo por sus pecados. Esta lectura tiene su origen en la mitología griega pues la Iliada, describe a Apolo disparando flechas infectadas con la peste sobre el campamento griego durante la Guerra de Troya.
La iconografía, tradicionalmente, nos presenta a San Sebastián recibiendo las flechas en su cuerpo, protegiendo así a quienes le invocan. La tradición atribuye a su intercesión el fin de la peste que devastó Roma en el año 680. Y parece que fue a partir de entonces que San Sebastián fue considerado abogado contra la peste y otras enfermedades infecciosas.
ICONOGRAFÍA

Desde finales del siglo XIV se impuso la representación del Santo, desnudo y atado a un árbol en el momento de su martirio.
En los retablos aragoneses del XV y el XVI la imagen del santo desnudo es sustituida por la de un caballero armado de arco y flechas y vestido para ir de caza. Durante el renacimiento y barroco se multiplicaron de nuevo las imágenes del santo martirizado, convirtiéndose en un pretexto idóneo para representar la belleza del cuerpo masculino.
SAN SEBASTIÁN EN EL MUSEO
San Sebastián. Fragmento del retablo de San Juan Bautista, pintado para la Iglesia de San Julián y Santa Lucía de Barbastro.
Bartolomé García, 1496.

Forma parte de un conjunto conservado sólo parcialmente, custodiado anteriormente en el Ayuntamiento de Barbastro.
Fue realizada para el Hospital del San Julián y Santa Lucía de la Ciudad, en una época en la que los brotes de peste azotaban con frecuencia a la población. Su presencia en el retablo de un Hospital estaba pues sobradamente justificada.
El Santo ha sido representado en el momento posterior a su martirio, con el cuerpo cubierto de heridas y flechas, en pie, con la manos tras la espalda atadas a un tronco.
Su cuerpo se recorta sobre un cielo azul y un paisaje montañoso desnudo de vegetación.
Es una obra de fino dibujo y suave policromía. Su autor, Bartolomé García, hijo de Pedro García de Benabarre, representante del gótico naturalista que triunfa a fines del siglo XV, puso gran cuidado en los detalles de la anatomía y en la delicadeza de los rasgos del rostro.
San Sebastián. Fragmento del retablo de San Fabián. Bartolomé García, fines siglo XV.
En este fragmento incompleto se observa parte de otra imagen de San Sebastián. Responde al mismo esquema que la obra anterior, por lo que puede atribuirse con toda probabilidad al mismo autor, Bartolomé García.

Se ha representado junto a Santa Bárbara y a San Bernardino de Siena, santo franciscano canonizado en 1450, cuya representación iconográfica se asocia con un sol. En un extremo se aprecia el rastrillo, atributo de San Fabián. Ambos santos, Fabián y Sebastián, se asocian en la representación iconográfica con frecuencia, porque también están asociados en la liturgia, pues su festividad se celebra el 20 de enero.
San Sebastián y San Roque. Calvera. XVII
En esta tabla, de carácter muy popular, se ha representado a San Sebastián junto a San Roque.
La devoción a este santo del siglo XIV fue muy popular, sobre todo a partir del siglo XVII. Según la tradición hagiográfica, Roque, de origen francés pronto decidió llevar una vida de peregrino. En sus andanzas por Italia, encontró una ciudad devastada por la peste: poniendo en peligro su propia vida asistió y animó a los enfermos y curó a muchos de ellos. Después continuó su peregrinación y en Plasencia sintió los primeros síntomas de la enfermedad. Se retiró a un bosque para morir en soledad y no contagiar a nadie. En su retiro, un perro lo alimentaba llevándole pan todos los días, y un ángel curaba sus heridas.

La devoción a San Roque como abogado contra la peste estaba más que justificada por la historia de su vida, pues curó a muchos apestados y contrajo él mismo esa terrible enfermedad. Sin embargo, fue la universal devoción a San Sebastián, venerado como abogado contra las epidemias desde hace mucho tiempo atrás, la que postergó la popularidad de San Roque.
En el siglo XV su culto comenzó a difundirse por Europa, aunque fue tras su canonización, que tuvo lugar en el siglo XVII bajo el pontificado de Urbano VIII, cuando alcanzó mayor difusión popular, coincidiendo con una época en las que las epidemias azotaron Europa con especial virulencia.
Es uno de los santos más fácilmente reconocibles de la iconografía cristiana. Su atuendo de peregrino podría hacer que se lo confundiera con el apóstol Santiago, pero es el único peregrino que muestra en el muslo un bubón pestilente y además está acompañado por un perro que lleva un pan en la boca. Como en la tabla de Calvera, junto a él aparece con frecuencia un ángel bendiciendo, que representa el auxilio divino que Dios dispensa a su siervo.
A menudo, suele representarse formando pareja con san Sebastián, pues ambos son santos protectores frente a la peste.
Muchos de los pueblos del Somontano celebran fiestas en honor a San Roque, el 16 de agosto, y en honor a San Sebastián, encendiendo en ambos casos hogueras en las que arde un fuego purificador.
San Sebastián Fragmento de Predela, procedente de la Iglesia de los Santos Reyes de Fanlo. Segundo tercio del siglo XVI.

Una predela es una pieza horizontal que constituye en cierre inferior de un retablo. También se denomina banco y está compuesta por casas impares. La central, como en este caso, la ocupa la imagen de Cristo, Varón de Dolores, rodeado de las Arma Christi (símbolos de la Pasión) y sostenido por un ángel. Las restantes de derecha a izquierda representan a San Antonio Abad, Santa Catalina, Santa Bárbara y San Sebastián.

San Sebastián. Fragmento de polsera siglo XVI.
La polsera es el nombre que en Aragón se le da al guardapolvo de un retablo, una pieza cuya función es protegerlo de la suciedad.
Es un estrecho marco formado por tablas inclinadas hacia el interior, que suele decorarse con temas heráldicos y personajes puestos en pie, normalmente santos o profetas. La elección del tema viene determinada por el escaso espacio pictórico disponible. No se conservan muchas polseras de retablo, dado que es la pieza más vulnerable al ser trasladado o desmontado.
En los fragmentos conservados aparece San Sebastían en pie, Santa Apolonia, San Miguel y Santa Lucía, junto a varios ángeles y escudos con las armas de Aragón.
En ambos casos la figura de san Sebastián responde al mismo tipo iconográfico, un modelo que se generaliza en la pintura de fines del XV y del siglo XVI, vestido a la moda de la época.
En vez de ataviarlo con una armadura, como correspondía a su condición de militar, los pintores lo vistieron como un caballero joven equipado para la caza, con un arco y una flecha en la mano.
En estas obras le vemos con una gorra, tocado masculino que apareció en el tránsito del siglo XV al XVI como una variedad del bonete, redondo y aplastado.
Lleva el cuerpo cubierto por una prenda corta con mangas, llamada ropilla, equivalente a la chaqueta actual. Es una prenda representativa del creciente lujo y gusto por la ostentación en la indumentaria que se impuso desde fines del siglo XV, cuando se generalizaron las pendas recargadas, con terciopelos que sirven de apoyo a ornamentos espléndidos, cinturones de metales preciosos y bordados de oro.

Los estucos en relieve dorados aplicados a los ribetes de la prenda y al adorno del bonete, acentúan el decorativismo característico de la pintura aragonesa de esta época.
Sobre uno de los hombros cuelga un manto de color intenso y duros y angulosos plegados. En los pies lleva el calzado habitual de los caballeros para el campo: borceguíes, unas botas de cuero, ante o badana, muy flexibles y altas hasta las rodillas, que solían llevarse con un segundo calzado encima que cubría sólo el pie, las servillas.
En esta pintura todavía se aprecian ecos de la tradición gótica: los nimbos dorados, los gofrados o estucos dorados en relieve y los tapices con grandes dibujos adamascados con aplicaciones de oro que cuelgan tras la figura. La riqueza de las vestiduras contribuye a resaltar la suntuosidad e la composición.
Escultura de San Sebastián de La Pardina. Último cuarto del siglo XVII.

Pequeña escultura (33 x 13 x 10 cm.) tallada en madera y policromada.
Se trata de una delicada obra en la que se representa al santo en el momento posterior al martirio, desnudo, apenas cubierto por un paño de pureza y apoyado en un árbol.
No lleva las manos atadas a la espalda sino que se apoyan en dos ramas. Su pierna izquierda se adelanta en un ligero y bello contraposto.
El cuerpo muestra un delicado modelado, cuya sensualidad se ve acentuada por la suave policromía.
La palidez de las carnaciones contrasta con el intenso rojo de la sangre que empieza a manar de las heridas que le han provocado las cuatro saetas recibidas.