2 de febrero: la Candelera o la Purificación de la Virgen en el Museo

El 2 de febrero celebramos la fiesta de la Virgen de la Candelera, una de las advocaciones más antiguas de la Virgen María.

En el Museo existen dos tablas del siglo XVI procedentes de Secastilla, que representan dos instantes importantes y consecutivos en la infancia de Jesús: la Circuncisión y la Presentación en el Templo.

De la mano del anónimo maestro de Secastilla vamos a hacer un recorrido por la iconografía y la historia de esta fiesta, a través de dos representaciones cargadas de ingenuidad, aire popular y a la vez, talento narrativo.

EL EVANGELIO DE SAN LUCAS NARRA LA CIRCUNCISIÓN Y LA PRESENTACIÓN EN EL TEMPLO
Este tema lo encontramos descrito extensamente en los Evangelios Apócrifos -el Pseudo Mateo, el Evangelio Árabe y el Evangelio Armenio- y de modo más escueto en el Evangelio de San Lucas 2:21-38.
Cumplidos los ocho días para circuncidar al niño, le pusieron por nombre Jesús, el cual le había sido puesto por el ángel antes que fuera concebido.
Cuando se cumplieron los días de la purificación de ellos, según la Ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarle al Señor, como está escrito en la Ley del Señor: «Todo varón primogénito será consagrado al Señor» y para ofrecer en sacrificio «un par de tórtolas o dos pichones», conforme a lo que se dice en la Ley del Señor.
Y he aquí que había en Jerusalén un hombre llamado Simeón; este hombre era justo y piadoso, y esperaba la consolación de Israel; y estaba en él el Espíritu Santo. Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de haber visto al Cristo del Señor. Movido por el Espíritu, vino al Templo; y cuando los padres introdujeron al niño Jesús, para cumplir lo que la Ley prescribía sobre él, le tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo:
«Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz; porque han visto mis ojos tu salvación, la que has preparado a la vista de todos los pueblos, luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel.»
Su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de él. Simeón les bendijo y dijo a María, su madre: «Este está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción – ¡y a ti misma una espada te atravesará el alma! – a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones.»
Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, de edad avanzada; después de casarse había vivido siete años con su marido, y permaneció viuda hasta los ochenta y cuatro años; no se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día en ayunos y oraciones. Como se presentase en aquella misma hora, alababa a Dios y hablaba del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén.
Simeón, al ver a María y a José con el Niño Jesús, conoció por una revelación divina que era Cristo. Tomó entonces al Niño en sus brazos y bendijo a Dios y exclamó:
Ahora puedes dejar morir en paz, Señor, a tu siervo, porque han visto mis ojos a tu Salvador, luz para las naciones y gloria de Israel. María y José admiraban sus palabras.
Y vuelto a María le anunció: Éste ha sido puesto para ruina y para resurrección de muchos; y como una señal de contradicción; y una espada atravesará tu alma.
LAS TABLAS DE SECASTILLA. Iglesia parroquial de San Pedro, segundo cuarto del siglo XVI.
A menudo la iconografía cristiana confunde en una sola representación ambos temas, la circuncisión y la presentación en el templo. Sin embargo en estas tablas se han narrado con todo detalle ambos acontecimientos, en tablas independientes.
La Circuncisión de Jesús

 
 

 

Esta escena tiene lugar en el interior de un templo, en la zona sobreelevada del presbiterio, en cuyo centro se sitúa el altar vestido con telas de damascos dorados. Está protagonizada por el anciano Simeón, que según el Pseudo Mateo era un hombre de Dios, perfecto y justo, de edad de ciento doce años. Estas palabras explican su indumentaria, pues va revestido con casulla y tocado con una mitra episcopal, y su barba larga y cana, denota su avanzada edad. Un nimbo dorado constituido por dos círculos concéntricos expresa su santidad.
Simeón sostiene al niño desnudo con unos paños de color rojo. En su cabeza resplandece un nimbo a modo de corona de rayos y flores de lis doradas y extiende los brazos hacia la madre. La escena narra el momento posterior a la ceremonia, pues de la herida del niño todavía caen unas gotas de sangre, y en el centro de la composición, sobre un altar, vemos el cuchillo con el que se ha producido el sacrificio y la bandeja donde reposa el santo prepucio. A lo largo de la época medieval diferentes iglesias de Europa aseguraron tenerlo en su poder y fue considerado una valiosa reliquia por su vinculación con la persona de Jesús.

Circuncisión, detalle
Circuncisión, detalle

La representación de la circuncisión muestra el primer derramamiento de sangre de Jesús y con él se prefigura su pasión en la Cruz.
La Virgen María es la otra protagonista de la escena. Sornríe extendiendo los brazos hacia el niño. Lleva un nimbo de santidad decorado, un velo sobre la cabeza, túnica roja y manto azul muy oscuro. La luz entra por la izquierda y la virgen proyecta su sombra en el pavimento, lo que aporta una mayor dimensión a la figura.
A la izquierda hay una figura femenina. Representa a la Profetisa Ana, que asiste a la ceremonia desde un segundo plano. Su cabeza va tocada, como corresponde a su condición de viuda, y tal y como relata el evangelio de Lucas, su rostro muestra las arrugas que delatan su avanzada edad.
A la derecha aparece un hombre joven, que señala al niño con el índice de la mano izquierda extendido y se lleva la mano derecha a la cabeza en un gesto que expresa admiración.
Puede tratarse de Joel, a quien citan los apócrifos como un hombre sabio, misericordioso y temeroso del Señor y que conocía a fondo las leyes divinas y a quien atribuyen el acto de la circuncisión de Jesús.
El autor, conocedor de los rudimentos de la representación de la perspectiva, ha tratado de generar toscamente la impresión de profundidad valiéndose del damero del pavimento blanco y verde, de las líneas de fuga del entablamento y de las bóvedas de nervios que cubren la capilla.
Aunque el autor ha resuelto toscamente la perspectiva y pese a su elemental factura, la composición resulta equilibrada y la narración e identificación de los personales es clara e inequívoca. Así, pese a su ingenuidad en el tratamiento técnico, la narración del episodio cumple eficazmente la función que en siglo XVI tiene la imagen religiosa, como medio de explicación e interpretación de las verdades de la Fe. La imagen, asociada a la palabra de los predicadores, por su ubicación en un lugar preeminente del templo, permitía una percepción constante y colectiva y tenía un papel fundamental como instrumento de persuasión, en la medida en que servía de modelo y contribuía a conmover al fiel, afianzándole en sus creencias
La Presentación del Niño Jesús en el Templo o Purificación de la Virgen.

Presentación en el Templo.
Presentación en el Templo.

Según narra el evangelio de Lucas, ocho días después de la circuncisión, San José y María llevaron al Templo al Niño.
San José está representado a la derecha, como un anciano de blanca barba y apenas pelo, que necesita un bastón para apoyarse. La Virgen, con la cabeza descubierta, entrega al Niño al sacerdote. Los rostros de los padres expresan el dolor que les han causado las palabras que el viejo Simeón dirigió a la Virgen: “una espada atravesará tu alma”, palabras con las que anunció a María el martirio de su hijo
María lleva en la mano izquierda una pequeña cesta de mimbre con los pichones de la ofrenda, imprescindibles para poderse llevar a cabo el ritual de purificación, a los 40 días de haber dado a luz.

La mujer que está a la izquierda de la representación, de acuerdo con la narración del Evangelio, debería ser la profetisa Ana, que reconoció en Jesús al Mesías. Sin embargo, aunque se trata de una mujer mayor y probablemente viuda, el artista no la ha pretendido representar a ella, sino a Santa Ana, la madre de la Virgen, pues su vestido es diferente y llevan un nimbo de santidad. La confusión está justificada por llamarse ambas Ana, ser las dos mayores y viudas y porque parecería lógico incluir en una escena tan familiar a la abuela del niños Jesús.
LA FIESTA DE LA CANDELERA
Esta fiesta probablemente tuvo su origen entre la Iglesia de Jerusalén. Las primeras referencias sobre ella datan del siglo IV en el Diario de Viaje de la peregrina Egeria. Entonces se celebraba a los cuarenta días de la Epifanía, el 15 de febrero, sin particularidad alguna salvo el comentario del sermón de la Presentación de Jesús en el Templo, pero no se utilizaban candelas. Con el tiempo se trasladó su celebración al 2 de febrero, por ser a los cuarenta días de la Navidad.
Parece que fue en el siglo V cuando se empezó a asociar la celebración de la Presentación con una procesión acompañada de luces. Por ejemplo, Cirilo de Alejandría  exhorta a los fieles: “Festejemos de forma resplandeciente con brillantes lámparas el misterio de este día” y en una homilía anónima de la misma época se puede leer: “Seamos resplandecientes y nuestras lámparas sean brillantes. Como hijos de la luz ofrecemos cirios a la verdadera Luz que es Cristo”
Severo, patriarca de Antioquia (512-518) nos hace llegar la noticia de que se celebraba esta fiesta en las iglesias de Palestina y Constantinopla y en general entre las distintas iglesias del territorio oriental del imperio. A partir del siglo VI la celebración se extendió a la iglesia occidental.
Santiago de la Vorágine apuntaba en el siglo XIII que la costumbre de encender candelas en esta fecha respondía al deseo de la Igleisa de suplantar una práctica pagana, y añade: “Viendo el papa Sergio lo difícil que resultaba apartarlos de semejantes prácticas, tomó la encomiable decisión de dar a la fiesta de las luces un sentido nuevo: consintió que los cristianos tomaran parte en ellas, pero cambiando la intencionalidad que entre los paganos tenían, y dispuso que los cortejos luminosos que los romanos organizaban por aquellos días y habían hecho populares en todas las provincias del Imperio, los fieles lo hicieran el dos de febrero de cada año, más en honor de la Madre de Cristo y en forma de procesiones y llevando en sus manos candelas previamente bendecidas”.
La fiesta es conocida y celebrada con diversos nombres: la Presentación del Señor, la Purificación de María, la fiesta de la Luz y la fiesta de las Candelas.
La fuerza del rito ha conservado la costumbre prácticamente intacta hasta nuestros días, en que aún tiene lugar la bendición de las candelas que representan a Jesús, Luz del mundo.

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