Durante la pasada Noche en el Museo, celebrada el 30 de julio, se presentó la última pieza que ha pasado a formar parte de la colección permanente del Museo Diocesano. Se trata de una fantástica vidriera salida del taller Maumejean a principios del siglo XX, que puede contemplarse en la planta baja, en la parte trasera del salón de actos, fuera del discurso museístico. En origen estaba ubicada en la ventana de la capilla del obispo del antiguo Palacio Episcopal de Barbastro. Es una pieza de forma redonda enmarcada en un aro metálico en cuyo extremo superior e inferior tiene un eje que permite unirla a un marco encastrado en la pared y así poderla abrir y cerrar.
Representa a la Virgen María con las manos unidas en actitud de contemplar y adorar –quizás hay que intuir que se dirige a su hijo que no aparece en la imagen-, con nimbo, vestida con túnica ocre violácea y manto azul, sobre un fondo dividido por una greca en dos partes, la inferior con unos brocados en rojos y negros y la superior un fondo azul. Toda la composición se rodea con una moldura de decoración geométrica y vegetal en un amarillo intenso y con un adorno en forma de abrazadera en los cuatro puntos cardinales.
LA TÉCNICA
Para entender la técnica de ejecución de las vidrieras, en primer lugar es interesante recurrir a los antiguos tratadistas como el monje Teófilo, puesto que hasta el siglo XX el proceso de ejecución de este tipo de obras varió poco.
Primero se realizaba sobre papel o pergamino un boceto con escenas, figuras y elementos decorativos, será el cartón a escala reducida. El cartón definitivo tiene las mismas dimensiones que la vidriera. Terminado el boceto se seleccionaban los vidrios para formar la composición y se cortaban ajustándolos como un rompecabezas, teniendo siempre en cuenta el espacio que ocupan los plomos. Era este un proceso delicado, puesto que los cristales podían romperse con facilidad si tenían formas angulosas, por lo que se evitaban formas complejas. En ocasiones, si un cristal se rompía no se desechaba y se convertía en dos piezas así el plomo, además de unión, servía como dibujo y parte expresiva.
El tamaño de estos vidrios solía ser pequeño, por un lado porque la propia fabricación no facilitaba hacerlos más grandes y por otro lado porque tener vidrios de grandes dimensiones impediría que tuviesen la elasticidad que proporciona la unión con plomos en un panel.
Los vidrieros recibían los vidrios con el color en masa: rojo, azul, verde, amarillo y blanco, son los colores crisol y en su elaboración el vidriero no intervenía. Puede parecer que el uso de colores es limitado pero esta circunstancia era aprovechada por parte del vidriero y cuando la vidriera recibe luz por detrás los dos colores más próximos se funden en su unión ofreciendo efectos distintos. Los vidrios suelen ser soplados y por tanto de grosor irregular, así que no suelen funcionar como color plano, cuanto más grueso es el vidrio más oscuro es el color y en las partes donde es más delgado es más claro y brillante así se permiten crear volúmenes y degradados. El paso del tiempo y la intemperie hace que se adhieran sustancias a los cristales que todavía restan más la sensación de plenitud de los colores.
El siguiente paso es la pintura o grisalla para crear sombras, perfiles, facciones…, junto al plomo, es el elemento de dibujo que determina la figuración de la vidriera. La grisalla es el más importante de los conocidos como colores mufla, que se aplican sobre el vidrio una vez cocido y forman cuerpo con él. Se utiliza para sombras o perfiles, se aplica sobre la figura para sombreados y modelados en contraste con las zonas claras. Son de color oscuro verdoso o marrón. También utilizaban la pintura de carnación (para caras, manos y otras partes del cuerpo sobre vidrio blanco), el esmalte y el amarillo de plata, que se usa en molduras arquitectónicas de enmarcamientos, en cabellos; aplicado sobre vidrio blanco ofrece un amarillo de gran intensidad pero si se coloca sobre azul puede crear efectos verdosos.
Este amarillo, a base de nitrato de plata, se aplicaba disuelto en agua como una pintura sobre el cristal. Es el único material que penetra en el cristal para teñirlo de color amarillo durante la cocción. Por su alto contenido en plata era un color bastante caro. Realizar vidrieras no es comparable a pintar lienzos porque el vidriero maneja la luz, es el artísta de la luz, y su arte es controlarla con habilidad con el empleo de la grisalla.

Una vez pintados los vidrios se procedía a su cocción en horno de leña, proceso que resultaba también fundamental porque si éste es más rápido o lento, más intenso o más débil, los colores, grisalla y amarillo de plata pueden tener una gama distinta.
A continuación viene el emplomado. Los plomos tienen sección de doble T y están formados por dos elementos: los labios que abrazan el vidrio y el alma. Con los plomos se unen todos los vidrios y se forma el panel. Además la composición se sujeta con barras de hierro que ensamblan los paneles, a veces separan escenas y otras son atravesadas por ellas. A veces el vidriero adaptaba la composición para que las partes importantes no se vean atravesadas por las barras.
Una vez emplomados se asienta la vidriera al edificio.
Que el interior de los edificios sea más oscuro que el exterior es un elemento fundamental. Las vidrieras son puntos de luz y color que atraen al espectador. Este arte se basa no en la recepción de “la luz en” como la pintura sino “a través de”. La vidriera, al depender de la luz exterior para su contemplación y ser esta cambiante según las horas del día, los días del año y la climatología hace que la contemplación y percepción de la obra sea siempre distinta y ofrezca muchas posibilidades, no es una obra cerrada con una sola contemplación, casi cada vez que la miras la ves de una manera distinta.
Las vidrieras en las ventanas de un edificio no le aportan luminosidad al espacio sino que buscan una idea espacial específica, una dimensión trascendente profundamente mística. La vidriera pues tiene varias funciones: cierre de ventanales, crear un ambiente simbólico, crear una dimensión estética y espacial de la arquitectura, y desarrollar un programa iconográfico.
Esta fantástica pieza es obra del taller de vidriería artística Maumejean. Esta casa se remonta en su fundación a 1860, cuando Jules Pierre Maumejean, a la edad de 23 años, establece en Pau (Francia) su primer taller. Un anuncio de este primer taller rezaba así:
«Manufactura de vidrieras para iglesias y oratorios, Suministro de cuadros de lienzo, de estandartes. Ejecución de pinturas murales. Instalación de toldos de lienzo y tela para apartamentos, que reemplazan ventajosamente a las persianas».
Los talleres de Jules abastecieron de vidrieras a un buen número de edificios religiosos, civiles y casas particulares, como por ejemplo, la Catedral de Bayona o el Ayuntamiento de Biarritz. Sus contactos con los círculos madrileños, le proporcionaron numerosos encargos y le llevaron a convertirse en el pintor vidriero oficial de la Casa Real de Alfonso XIII.
Cuatro de sus hijos continuaron la trayectoria artística del padre y se convirtieron muy pronto en diestros pintores sobre vidrio. Dos de ellos se instalaron en España, debido al gran número de encargos que consiguió su padre en Biarritz. Joseph uno de ellos fundó en Madrid en 1898 un taller. A principios de siglo abrieron talleres en Barcelona y San Sebastián agrupándolos todos bajo las siglas S.A. Maumejean Hermanos con sede en Madrid. Esta vidriera que nos ocupa contiene las siglas S.A. Maumejean en su parte infererior, lo que nos permite fecharla a principios del siglo XX.
Así, hasta tres generaciones seguidas de los Mauméjean trabajaron incansablemente participando en numerosas exposiciones nacionales e internacionales.
Los talleres Maumejean atendieron numerosos encargos, no sólo de Francia y España, donde estaban establecidos, sino también del resto de Europa, África, Asía y América.
Tuvieron muchas recompensas: varias medallas de oro y entre otros, gran premio en la exposición hispano francesa de Zaragoza de 1908, lo mismo que el reloj de la Catedral de Barbastro, expuesto en la planta baja del Museo y que ganó la medalla de oro en la misma exposición.
Entre el elevado número de vidrieras que realizaron podemos destacar:
– Vidrieras en Catedrales: Salamanca, Málaga, Burgos, Tarbes, Jaén, Madrid, Ávila.
– Palacio episcopal de Astorga.
– Basílica de Montserrat.
– Circulo de BBAA de Madrid.
– Boston, Chicago, India, Nicaragua, Puerto Rico…
LA RESTAURACIÓN
Esta pieza ha sido restaurada en el taller del Museo Diocesano. Se encontraba en buen estado de conservación, sus principales alteraciones eran la suciedad superficial y de depósito y la oxidación de los elementos metálicos. No presentaba falta volumétrica alguna.
El tratamiento comenzó con una limpieza mecánica en seco, cuyo objetivo era principalmente quitar el óxido de la superficie. Tras esta primera limpieza se dejo ver una capa de pintura sobre el aro metálico que da forma a la venta que se eliminó a punta de bisturí, y los restos en los surcos de la superficie metálica se retiraron con una mezcla de agua alcohol.

También se limpiaron las barras metálicas que sujetan la vidriera.
Tras realizar diversas pruebas de limpieza, se procedió también a la limpieza de los vidrios con una emulsión water in oil, es decir agua en disolvente con un tensioactivo (actúa como jabón) así las moléculas de agua quedan enmascaradas por el disolvente, sin dañar por tanto la superficie, pero consigue actuar al depositar la mezcla sobre el vidrio gracias a la acción del tensioactivo que permite unir agua y disolvente que son inmiscibles y además actúa como jabón.

La limpieza de los emplomados fue muy superficial mediante lápiz de fibra de vidrio.
Algunos vidrios tenían cierto juego en su unión con los emplomados por lo que fueron sellados con una masilla a base de blanco de España, colorante y aceite de linaza.
La restauración fue llevada a cabo en nuestro taller del Museo Diocesano y estuvo a cargo de la restauradora Pilar Torrente Mozás, bajo la supervisión de la dirección de dicho taller.