San Valero, fue Obispo de Zaragoza en los primeros tiempos del cristianismo, a comienzos del siglo IV. Es patrono de Zaragoza, que venera parte de sus reliquias desde el siglo XII y celebra su fiesta el 29 de enero.
Entre la historia y la leyenda
Poco sabemos de la figura histórica de San Valero, salvo que estuvo en el concilio de Elvira (Granada), el primero celebrado en Hispania, en el año 306. Prudencio cuenta que san Vicente era su diácono y que en tiempos de la persecución de Diocleciano, le acompañó en su cautiverio hasta Valencia. Cuenta la tradición que San Valero hablaba con dificultades y que quizá era tartamudo, por lo que ante el tribunal, tomó la palabra Vicente para defender a su prelado. Al contrario que su diácono, que fue martirizado y murió, San Valero salvo la vida, y se exilió, lo que explicaría el hallazgo de sus restos en el Somontano, cerca de la pequeña población de Enate.
La dispersión de sus reliquias: Roda, Zaragoza, Barbastro…
En los albores del Reino de Aragón, el Obispo Arnulfo de Roda tuvo una visión que le reveló la ubicación de los restos del santo, consagró la nueva Catedral al prelado y a su diácono Vicente y trasladó sus reliquias a la nueva sede. Allí se conserva una preciosa arqueta decorada con esmaltes que contiene los restos de san Valero, junto con su casulla, su mitra y su túnica.
Más tarde, cuando los ejércitos de Alfonso I conquistaron Zaragoza, solicitaron a Roda algunas reliquias del obispo Valero: Lopez Novoa, en su Historia de Barbastro narra cómo el brazo de san Valero fue entregado en 1121 en Roda a una comisión del Cabildo de Zaragoza de manos del mismo san Ramón. Allí fue recibida “con tanta solemnidad, devoción y alegría como si el mismo San Valero volviese vivo de su destierro, acrecentando [•••] la devoción del pueblo con el milagro que obró, librando a un energúmeno de la opresión del demonio cuando pasaba la reliquia por el puente del Ebro”.
Más tarde, en 1170, Alfonso II solicitó la traslación del cráneo del prelado a la iglesia de Zaragoza.

Un busto relicario de plata procedente de Roda de Isábena fue a parar a Lérida, al Museo Diocesano.
En Roda quedó su sepulcro, donde todavía se venera.
La testa de San Valero en la Seo de Zaragoza
En el año 1397 don Pedro de Luna, elegido Papa como Benedicto XIII, obsequió a la Seo de Zaragoza, un espléndido busto relicario, obra de un taller de Avignon, para albergar la cabeza del santo patrón de la ciudad. También fueron regalos del papa Luna los bustos de San Vicente y San Lorenzo de La Seo.

Esplendidas obras de orfebrería, están realizadas en plata policromada y sobredorada y decoradas con esmaltes y pedrería. Por su realismo, belleza y perfección técnica, estas piezas se erigieron en modelo formal de toda la serie de bustos relicarios (más de 50) que se realizarían con posterioridad en el Reino, una serie que constituye uno de los rasgos más singulares de la platería aragonesa.
Los bustos relicarios
A partir del 1500 las iglesias aragonesas rivalizarían por reunir la más completa colección de bustos y brazos relicarios, piezas que es exhibían en las principales solemnidades en los altares y durante las procesiones.
Muchas de estas obras son de primer orden y colocan a Aragón a la cabeza de la producción de estas excepcionales piezas de orfebrería, en la que no tuvo ni rivales ni seguidores próximos.
En la documentación histórica estos relicarios reciben el nombre de «testas», pues se trata de representaciones de un torso que comprende cabeza, cuello y hombros.

Su finalidad era guardar una reliquia, normalmente de un hueso del cráneo, del santo al que representan. Para los huesos del brazo se labraron piezas en forma de brazo. El Museo Diocesano de Barbastro-Monzón conserva dos de estos brazos, uno de san Ramón y otro de san Valero, realizados en plata sobredorada, policromada y con piedras engarzadas en cabujones y esmaltes, muy caracteísticos de las primeras décadas del siglo XVII. Fueron realizados para custodiar pequeños fragmentos de huesos del santo, visibles en la base del relicario. La pieza representa un antebrazo revestido de una rica tela. A la altura de la muñeca, la camisa culmina en una empuñadura decorada con gemas y perlas.

Son exquisitos trabajos de orfebrería y presentan el punzón zaragozano «REAL», el mismo que los dos bustos de San Ramón y San Valero, lo que sitúa estas cuatro excelentes piezas en el mismo taller y ámbito cronológico.
Los bustos-relicarios del Museo Diocesano de Barbastro-Monzón
San Ramón y San Valero
Los de San Ramón y San Valero fueron realizados a principios del siglo XVII. Ambos fueron a la Seo Barbastrense por Jaime de Arroyos, canónigo, Arcipreste y comisario del Santo Oficio. Como comisario, estaba dotado de los poderes y privilegios del inquisidor. Su figura estaba justificada por las amplias circunscripciones inquisitoriales que dificultaban el control efectivo del territorio y obligaban a instalar a un representante en las principales ciudades. Su comportamiento quedó en entre dicho cuando fue acusado de relacionarse con una joven a la que le dio una bebida para abortar, falleciendo a consecuencia de ello (AHPZ, Inq., Caj. 1588, Leg. 3). Pero si el personaje es conocido, ello se debe a su participación directa en la persecución de Antonio Pérez.

El canónigo Arroyos había formado parte de la Comisión encargada de la solemne traslación de las reliquias de san Ramón, desde Roda hasta Barbastro en 1589, por lo que se entiende su especial vinculación con el santo. La donación de estos espléndidos relicarios pone de manifiesto su distinguida posición social y económica. Podemos ver su escudo (un caballero con armadura y espada sobre el lecho de un arroyo) en una pieza de fundición de plata sobredorada situada sobre el broche de la capa.

Ambas piezas están enteramente realizadas en plata, sobredorada y policromada, de una ejecución técnica excelente. Están imbuidas de un gran sentido naturalista, impresión acentuada por la policromía, pero fundamentalmente dotadas de una gran suntuosidad, tanto por la brillantez de la plata con la que han sido confeccionados, como por la riqueza cromática que les proporcionan los cabujones de colores engarzados en piezas de plata sobredorada.

Uno y otro busto, apenas presentan elementos individualizadores, salvo la elección de los temas decorativos de la banda de imaginería y el capillo de la capa.
El busto de san Valero presenta en la banda de imaginería las figuras en pie de San Bartolomé, con un cuchillo y san Judas Tadeo, con una maza. En el capillo se ha repujado la escena del bautismo de Jesús, presidida por Dios Padre en un medallón circular. Con la imagen de la paloma que representa al Espíritu Santo, se conforma la representación dela Trinidad
El busto de san Ramón responde a las mismas características técnicas y materiales. La banda de imaginería de la capa se decora con las figuras de los Apóstoles Santiago y Felipe, en dos hornacinas avenenadas. Los evangelistas San Juan y san Marcos aparecen en dos medallones circulares. En el capillo se ha representado la Asunción de la Virgen, tirular de la eo Barbastrense, y en el medallón, una maravillosa imagen de la Virgen madre con el niño enmarcada en una decoración a base de cueros recortados, muy característica de este periodo tardo renacentista.

Son obra de un platero zaragozano de principios del siglo XVII, a juzgar por el punzón “REAL” coronado por un león. Por cronología, reputación, calidad técnica del trabajo, repertorio y similitud del nombre, quizá podría tratarse del reconocido platero Jerónimo Pérez de Villareal, aunque otras obras conocidas de este artista van firmadas con el Punzón “G. PEREZ”.
Se trata de dos piezas muy superiores en cuanto a realización técnica a las que donaría ya en el siglo XVIII el Obispo Carlos Alamán y Ferrer.
Bustos de San Carlos Borromeo y de San Victorián

Estos bustos formaban parte del valioso legado del Obispo Alamán. “Muchas fueron las donaciones que hizo a su iglesia catedral, contándose entre ellas como principales un frontal y dos gradas de plata para el altar mayor, y dos testas del mismo metal, la una con reliquias de San Carlos Borrromeo, y la otra de San Victorián. Pero no contento con esto [•••], quiso inmortalizar su memoria con la erección de una suntuosa capilla en la iglesia catedral en honor de San Carlos Borromeo, fundando en ella la fiesta del santo con misa y sermón, un aniversario en el siguiente día y distribuciones para toda la octava” (S. López Novoa). Su gusto por lo fastuoso, lo cuantioso de sus donaciones, su concepción de la fiesta religiosa y, en definitiva, la ideología que reflejan todas sus actuaciones como prelado, perfilan la figura de este hombre de iglesia como la de un auténtico prohombre del barroco.
La obra de plata se encargó al platero zaragozano Joseph Fuentes, el mismo que acababa de finalizar la ejecución del frontal y las gradas de plata para el altar mayor de la Seo. Entre julio de 1739 y noviembre de 1740 trabajó Fuentes en su ejecución, para que el día de San Carlos Borromeo pudieran decorar el altar de la capilla dedicada a éste.

Son de plata parcialmente sobredorada (marco del relicario, broche y engastes de las piedras que decoran la mitra) y el resto, plata en su color repujada y punteada y grabada a buril sobre fondo matizado. Tienen piedras engastadas en rojo, azul, verde y blanco. A diferencia de los bustos del siglo XVII, totalmente realizados en plata, los rostros son de madera policromada y representan a un hombre joven. Su factura es moderna.
Los frentes de las capas pluviales se decoran con dos querubines encerrados en dos tondos circulares y con las figuras de cuatro Padres de la Iglesia y Santos Obispos, en repujado de escaso relieve: dos se representan de busto, en marcos circulares, y otros dos, en hornacinas aveneradas, puestos en pie.
En el capillo de la parte posterior aparecen dos escenas: en el busto de San Carlos se representa a San Carlos Borromeo vestido como arzobispo rezando arrodillado ante el altar en el que se aparece un crucifijo (probablemente reproduciendo el momento en el que milagrosamente salió ileso del disparo de un arcabucero que trató de asesinarlo). En el busto de San Victorián, se representa al santo Abad mitrado, en el momento en el que, golpeando tres veces el suelo, hizo surgir un manantial con tres chorros: el de la Fuensanta.

El broche que cierra la capa, de plata sobredorada al igual que el relicario propiamente dicho, se decora con el escudo episcopal del donante.
Las mitras y las capas presentan ornamentos florales y vegetales grabados a buril, de minucioso trabajo, que imitan la decoración bordada de las ricas vestimentas litúrgicas. El diseño de su dibujo consiste en una malla de líneas curvas que se entrecruzan, dejando espacios libres que se rellenan con flores abiertas y capullos. El efecto pictoricista y plástico de estas imitaciones de tejidos se consigue alternando las superficies bruñidas, en la malla, con las grabadas y punteadas del fondo, bajo las flores.
El uso de piedras de colores, así como de la bicromía en la plata, manifiestan la preocupación por crear efectos de cromatismo, aunque la calidad técnica de las piezas es muy inferior a la de los bustos y brazos del siglo XVII. No obstante, la valía del platero Fuentes había quedado bien patente en la realización del frontal y las gradas, por lo que la inferior calidad de estos trabajos se explica por el menor presupuesto disponible para su realización.