
Uno de los tipos iconográficos más populares durante el periodo medieval fue la representación de la Virgen como trono, con el Niño sentado en el regazo. Las imágenes de María empiezan a aparecen coincidiendo con la gran eclosión de la devoción mariana a finales del siglo XI, que de madre de Dios, pasará a ser también madre de Jesús niño y de todos, interlocutora e intermediaria.
La rigidez, frontalidad estricta y hieratismo de las Vírgenes Majestad del románico dará paso a este otro modelo de Virgen de Ternura, en la transición del románico al gótico, representado por la Virgen de Rañín, del siglo XIII.
Se representa como Reina, pues va tocada con una corona, y como Madre humana, que protege a Jesús y lo sujeta por la espalda con la mano izquierda. Sostiene una esfera el «globus mundi” como signo de soberanía sobre lo creado o quizá una manzana, que alude a su condición de nueva Eva, la mujer que traerá al mundo al hijo de Dios y redimirá a la humanidad del pecado original.
Sus rasgos faciales son muy característicos: cejas delgadas y arqueadas, ojos rasgados, nariz recta y una sonrisa dulce.
Su indumentaria también responde a la moda del siglo XIII: un velo blanco drapeado, como el que llevaban las doncellas consagradas a Dios, enmarca su rostro y deja ver el rubio cabello; lleva túnica roja con adornos en el escote y ceñida con cinturón dorado; sobre ella, un manto azulado.
El Niño, sentado sobre la pierna izquierda, lleva túnica y manto rojos, simbolizando la sangre de su sacrificio y su sometimiento a la voluntad divina. Bendice con la mano derecha y con la izquierda sujeta el libro que contiene todas las profecías que el Hijo de Dios ha venido a cumplir.